
En los últimos años, especialmente en países como Estados Unidos, diversos grupos de activistas han organizado protestas por todo el mundo contra monumentos (o «símbolos de odio») dedicados a generales confederados, científicos racistas o comerciantes que hicieron su fortuna gracias al comercio de esclavos, planteando a la sociedad un intenso debate en torno a su pasado más próximo. Estos episodios nos vuelven a recordar que el pasado no está encerrado en una urna y que la Historia no constituye el relato definitivo, sino que ambos (objeto de estudio y disciplina) se encuentran en permanente diálogo con el presente.