La apropiación del Almirante o Cuando las estatuas de Colón hacían «furor» en medio mundo

En los últimos años, especialmente en países como Estados Unidos, diversos grupos de activistas han organizado protestas por todo el mundo contra monumentos (o «símbolos de odio») dedicados a generales confederados, científicos racistas o comerciantes que hicieron su fortuna gracias al comercio de esclavos, planteando a la sociedad un intenso debate en torno a su pasado más próximo.

Estos episodios nos vuelven a recordar que el pasado no está encerrado en una urna y que la historia no constituye el relato definitivo, sino que ambos (objeto de estudio y disciplina) se encuentran en permanente diálogo con el presente.

Y es que basta echar un vistazo a la reacción que defiende la mayoría de noticias para comprobar que se trata de una reflexión incómoda y molesta para una buena cantidad de gente, ya que (y cito a grandes rasgos dos de las afirmaciones más repetidas):

1) La historia «es la que es» y no debe ser «dulcificada»;

y 2) Que las reclamaciones en contra de estatuas y conmemoraciones son fruto de una determinada agenda política.

Sin ánimo de entrar en la polarizada polémica sobre cuál debería ser el destino de tales monumentos, sí me gustaría recordar que, de igual manera, colocar una estatua dentro del espacio público (dándole así un especial reconocimiento) obedece a una decisión de naturaleza política que entronca con la construcción de una supuesta «identidad». Por lo tanto, no resulta menos «político» un acto que el contrario.

Y recalco esto porque en los innumerables artículos a los que aludíamos anteriormente se echa en falta una reflexión a la inversa. En ellos siempre se refieren a las estatuas de Colón como un hecho «objetivo», marcador inmaculado de un simple acontecimiento, como si siempre hubieran estado allí, como si hubieran surgido del mismo suelo en el preciso momento en que el genovés pisó la isla de Guanahaní en octubre de 1492.

Posición de la isla de Guanahaní según mapa de Juan de la Cosa (Valentini: Antillas en Cantino y de la Cosa, 1889).
Posición de la isla de Guanahaní según Juan de la Cosa (Antillas en Cantino y de la Cosa, 1889). Wikimedia Commons

Pero ¿qué aconteció realmente aquel 12 de octubre? Nos guste o no, el trascendental «Descubrimiento» fue fruto de una casualidad.

El día en cuestión ni siquiera aparece anotado en el Diario de Colón bajo ninguna significación especial. Si hay algo que conmemorar estrictamente en aquella fecha es el desembarco de la expedición castellana en Bahamas: un primer contacto al que a medio y largo plazo siguió una fulgurante conquista y casi exterminio de la población taína en el área del Caribe. Toda la terminología y conceptos construidos alrededor del «hito» son, por obligación, posteriores (algunos realmente muy posteriores, como veremos). Sin embargo, nos pueden decir muchas cosas: no tanto sobre Colón en sí, sino sobre cómo cada época le «construye» a su conveniencia.

Michel-Rolph Trouillot (1949-2012) Universidad de Chicago
Michel-Rolph Trouillot (1949-2012) American Anthropological Association

Una de las lecturas que más he disfrutado este verano ha sido la obra de Michel-Rolph Trouillot, Silenciando el pasado. El poder y la producción de la Historia (1995), traducida este año por la Editorial Comares. Se trata de un sugestivo librito donde el historiador y antropólogo haitiano expone una clarividente reflexión acerca de cómo el poder penetra en la misma producción de la historia, así como en la construcción y difusión de determinados relatos en detrimento de otros. Precisamente, la historia tras las estatuas y conmemoraciones a la figura de Colón nos puede decir mucho acerca de esta compleja relación. Así pues, que hoy día celebremos en España la Fiesta Nacional del 12-O (antes Día de la Hispanidad), el Día de la Raza en algunos países de Latinoamérica o el Columbus Day estadounidense no fue cosa de los Reyes Católicos, ni del «imperial» Carlos V, ni siquiera de la discutida biografía que le dedicara su hijo Hernando en la década de 1530.

Pongamos que para sus contemporáneos nunca resultó un tipo del todo simpático. El navegante genovés, el gran Almirante al servicio de Castilla, era considerado ya en su época como un personaje ambicioso y de intenciones poco claras, dotado de una personalidad arrogante, narcisista y amante de las intrigas. Tras el breve idilio inicial, para la Corona pasó rápidamente de destacado potentado a incompetente administrador de los nuevos territorios, y por sus acciones fue de hecho juzgado y encarcelado en España antes de que se le permitiera partir en su cuarto y último viaje a las Indias (1502-1504). A su muerte en 1506 su figura prácticamente quedó sumida en el olvido, pese a la lucha de sus descendientes por limpiar su imagen en un último intento por legitimar los privilegios territoriales y económicos por él logrados. Colón nunca pisó el continente propiamente dicho, y en vida siempre mantuvo tozudamente (por calculado interés o verdadero desconocimiento) haber llegado a Asia, asegurándose así las generosas prebendas concedidas en las Capitulaciones de Santa Fe.

Lo cierto es que hasta finales del siglo XVIII Cristóbal Colón no fue una figura especialmente relevante en ninguna de las dos orillas. ¿Qué pasó para que de pronto comenzara a gozar de tan fantástico reconocimiento público?

El resurgimiento de Colón viene ligado al uso de la historia que lleva a cabo el Estado liberal del último tercio del siglo XIX a fin de crear una suerte de «conciencia nacional» entre las nuevas capas de población que en este momento consiguen acceso al voto (sufragio universal masculino). El objetivo no era otro que hacer frente a los movimientos obreros, que a su vez se hallaban construyendo sus propios mitos, imaginería y festividades (como la del 1 de Mayo). Así pues, gobiernos, empresarios e intelectuales de la burguesía orquestarán una cuidada y planificada producción de tradiciones para reforzar el estado-nación por encima de otras identidades (como la de clase). Desfiles nacionales, conmemoraciones, congresos académicos o fastuosas exposiciones universales… Todo valía para enseñar a las nuevas masas de votantes «quiénes eran».

  • ESPAÑA (IV Centenario del Descubrimiento de América, 1892)

En la década de 1880 España se encuentra en un franco estado de declive si tenemos en cuenta su escasa importancia en el tablero internacional como potencia colonial. Será el líder conservador Antonio Cánovas del Castillo, artífice de la Restauración borbónica (y a la sazón historiador), quien hará de Colón y su Descubrimiento las claves para el inminente levantamiento moral y político de la nación.

Cartel del Cuarto Centenario en Huelva (1892) Wikipedia
Cartel del 4.º Centenario en Huelva. Wikipedia

Tras la reedición de diversas obras y semblanzas, Cánovas ya había venido percibiendo varios años antes un renovado interés por la figura del navegante genovés. Decidirá convertir entonces esta atracción por la figura de Colón en un ostentoso despliegue político, diplomático y económico, en el espectáculo a mayor gloria de España ante el mundo que será el IV Centenario de 1892. La conmemoración serviría así como una potente herramienta para fabricar una determinada narrativa del Descubrimiento, con España como actor principal.

Tras más de 4 años de preparación y un gasto de más de 2 millones y medio de las pesetas de entonces, varias ciudades fueron reformadas y se llenaron de monumentos para la ocasión. Aunque los principales actos se centraron en Andalucía occidental, su rastro puede encontrarse de norte a sur (Salamanca, Valladolid, Madrid, Cartagena o Barcelona).

La llamada Junta del IV Centenario organizó también una serie de actividades académicas que legitimaran la celebración: se fundaron revistas, se encargaron estudios y lugares como el Ateneo de Madrid llegaron a albergar más de 50 conferencias públicas en menos de un año. Las publicaciones resultantes de aquel momento aún articulan los principales temas y categorías sobre los que la Conquista de América aún se discute: la comparativa entre modelos de colonización, el impacto diferencial en las poblaciones indígenas, el cuestionamiento de la Leyenda Negra, el legado cultural precolombino, el trato de España a Colón o incluso el papel de este con respecto a otros exploradores europeos.

Con la participación oficial de hasta 24 países en las celebraciones, el IV Centenario consiguió la deseada internacionalización. Todo ello moldeó la percepción pública ante el acontecimiento, calando especialmente la idea de «revitalización» entre las poblaciones urbanas. Se certificaba así un pasado brillante para imaginar glorias futuras. Cánovas se apuntalaba en el poder y se reforzaban los lazos culturales y económicos con Latinoamérica ante el avance de Estados Unidos.

  • ESTADOS UNIDOS (Exposición Universal de Chicago, 1893)

Tras España, Estados Unidos también quiso dedicar su propio IV Centenario al navegante. No tenía necesidad, sin embargo, de emplearlo para imaginar glorias futuras, sino para confirmar y celebrar su imperial trayectoria en el presente. En consecuencia, el componente académico e intelectual fue mucho menor y, aunque la Exposición Universal de Chicago de 1893 estuvo apoyada por eminencias como Franz Boas e instituciones como el Museo Peabody de Harvard o el Instituto Smithsoniano, su aspecto principal fue el dinero (el que se gastó y ganó).

Mapa a vista de pájaro de la Exposición Universal de Chicago de 1893. Wikipedia
Mapa a vista de pájaro de la Exposición Universal de Chicago de 1893. Wikipedia

Como denunciaron airados no pocos periodistas españoles que acudieron para cubrir el evento, Colón fue el envoltorio para un extravagante mercadillo yanqui. En realidad, la Exposición podría haber sido sobre cualquier otro personaje: que llevase el nombre de Colón y que se incluyese a la infanta española como invitada de honor eran tan solo atracciones adicionales. Pero el evento ganó sin duda la batalla de las cifras: mayor inversión, superficie, países participantes y más dinero del que ninguna otra exposición universal haya conocido (28.3 millones de dólares en gastos, 28.8 millones de dólares en ingresos y 21.5 millones de visitantes).

Su fuerte simbolismo también fue apreciado desde fuera, especialmente en Latinoamérica: cuatro siglos después de España, Estados Unidos se estaba apoderando de la totalidad del continente. La historia de Colón fabricada en Chicago se solapaba con la narrativa de la conquista (política y económica) en curso que el creciente poder de Estados Unidos estaba escribiendo afanosamente en los países de su hemisferio sur a través de los mismos empresarios y personajes que patrocinaron el evento. La imposición de esta nueva interpretación tenía el objetivo de marginar a Europa; tal y como rezaba la Guía oficial, la exposición consideraba los primeros 280 años de historia euroamericana como insignificantes, pues el anterior a 1776 era un periodo meramente preparatorio antes del ascenso de Estados Unidos: «Es más propicio, por tanto, que el pueblo de la mayor nación del continente descubierto por Cristóbal Colón lidere la celebración del cuatrocientos aniversario de este acontecimiento».

Placa conmemorativa actual en Columbia (Ohio) Columbia Township
Placa conmemorativa actual en Columbia (Ohio) Columbia Township Lorain County

Hacia la década de 1890, la apropiación de Colón en Estados Unidos se había convertido en un verdadero fenómeno nacional. Para ciudades como Columbus (Ohio) la conexión colombina (inexistente en su fundación) fue históricamente irrelevante hasta la exposición de 1893. Un siglo después de esta, 14 estados aparte de Ohio ya tenían ciudades denominadas Columbia y monumentos en honor al genovés llenaban el paisaje urbano de Estados Unidos.

No obstante, aquellos que escribieron el guión para Chicago no pudieron controlar todas las lecturas que se hicieron de él. Y es que a su vez va a producirse una reapropiación inesperada del navegante por parte las familias obreras italianas e irlandesas, protagonistas de la gran ola migratoria que se produjo desde la llamada «Europa del Sur» entre 1860 y 1893. Hacia 1890 el número de inmigrantes italianos en Estados Unidos superaba los 300.000, siendo señalados sistemáticamente con muy mala prensa como «clase peligrosa» frente a la cual la «raza futura» de Estados Unidos debía ponerse en cuarentena contra la enfermedad, el pauperismo y el crimen.

Estatua de Cristóbal Colón en Nueva York (agosto de 2017). The Nation
Estatua de Cristóbal Colón en Nueva York (agosto de 2017). The Nation

Esta reapropiación comenzó a gestarse años antes de la exposición, cuando Washington Irving «rescataba» los escritos de Hernando Colón en su obra A History of the Life and Voyages of Christopher Columbus (1828). El escritor y diplomático terminó acuñando en su novela una imagen idealizada del navegante como pío caballero, enfatizando sus orígenes humildes, su carácter emprendedor y una gesta que le llevó a ir a contracorriente (?) del pensamiento de la época. Esta imagen es la que será convenientemente recogida por sociedades como la Legión de los Hijos de Colón o los Caballeros de Colón desde alrededor de 1869 a la hora de sumar esfuerzos para el reconocimiento de un nuevo héroe nacional que normalizase a estos nuevos estadounidenses en la historia de su país de acogida. El Columbus Day es hoy una festividad de carácter federal desde 1937, celebrándose en torno al segundo lunes del mes de octubre.

  • LATINOAMÉRICA (Día de las Américas, Día de la Raza)

Simón Bolívar, fundador de la República de la Gran Colombia (1819)
Simón Bolívar, fundador de la República de la Gran Colombia (1819). Gran Colombia Home Page

Al sur del continente, la de Colón era una figura ambivalente que nunca había acabado de encajar del todo bien. Es cierto que a principios del siglo XIX había jugado un papel relativamente importante en el proceso de las Independencias, como inspiración, por ejemplo, de la Gran Colombia que pretendió forjar Bolívar. Algunas colonias incluso lucharon en varias ocasiones contra Europa por los restos del navegante (que pasaron por Santo Domingo, La Habana o Sevilla) tanto de forma literal como figurada.

Aunque la idea de «hispanidad» no era rechazada de plano, hacia 1880 las élites criollas ya no podían reapropiarse del Colón al estilo «monje renacentista» cincelado por Cánovas, ni tampoco del Colón yankee que, ataviado con un sombrero de cowboy, acompañaba los vagones de compañías como Wells Fargo.

Surgió así un modelo que combinaba ambos y ensalzaba la «mezcla»: el Día del Descubrimiento, el Día de las Américas o, simplemente, el Día de la Raza: un día para el «pueblo», aunque este se sustentara sobre una ideología de supuesta etnicidad. Aún hoy, las fechas y el significado varían bastante entre, por ejemplo, lugares como Cartagena, San Juan o Santiago de Chile.

Restos de la casa americana de Cristóbal Colón en La Isabela.
Restos de la casa americana de Cristóbal Colón en La Isabela. El País

En la actualidad, el rechazo a Colón en Estados Unidos viene encabezado tanto por movimientos indigenistas como por hispanos emigrados, que curiosamente choca con el progresivo arrinconamiento de la herencia hispana en el país.

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2 comentarios sobre “La apropiación del Almirante o Cuando las estatuas de Colón hacían «furor» en medio mundo

  1. Me quito el sombrero. El recorrido de la (re)apropiaciones de Colón me parece excelente. También, queda claro que en el ejercicio de escribir no esta exento de conexión con el presente y la luz que puede arrojar una mirada amplia de las raíces de las apropiaciones. Lo de Cánovas lo conocía, pero el aspecto que has mostrado de Estados Unidos me era más desconocido, aunque no me ha extrañado en absoluto. ¡Enhorabuena y saludos!

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  2. ¡Muchas gracias por tu comentario, Fernando! Si te interesa ahondar en el tema te aconsejo mucho el libro de Trouillot y, más concretamente sobre la historia del ‘boom’ de las estatuas de Colón en Estados Unidos, un capítulo incluido en Adams & Wood (1892), ‘Columbus and His Discovery of America’ (lo puedes encontrar en Archive.org sin ir más lejos). ¡Un abrazo!

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