
Entre los siglos XVI y XVIII, bajo la mentalidad dominante, las mujeres estaban consideradas seres débiles, irracionales y dependientes, por lo que debían mantenerse sujetas a la autoridad de una cabeza rectora, el páter familias.
Esta concepción tenía una base fisiológica, pues según el galenismo médico la mujer estaba compuesta por humores fríos y húmedos, lo que hacía que su temperamento fuera voluble y difícil. Su cuerpo dominaba su palabra y sus sentidos; en concreto una parte del mismo, el llamado «útero errante», hacía que la afectaran muy especialmente toda clase de males como la histeria. Por ello, y a diferencia de los hombres, se las consideraba incapaces de sujetar sus pasiones a través del trabajo, el vino o los estudios.
La mujer que se salía del papel establecido en el mejor de los casos quedaba convertida en objeto de burla, y en el peor, tachada de «desordenada». El «problema» es que en la Edad Moderna había muchas más mujeres «desordenadas» de lo deseable y no bastaban los métodos tradicionales para encauzarlas: educación religiosa que les diera temple, trabajo honesto para mantenerlas ocupadas y leyes que las sujetaran a sus maridos. Durante los siglos XVI y XVIII estos esfuerzos se vieron redoblados, hasta el punto de que las mujeres del periodo vieron progresivamente mermados los pocos derechos civiles que ya ampliaron y defendieron a capa y espada sus congéneres medievales. Al igual que hicieron las diferentes monarquías en el seno de sus crecientes estados, dentro de las familias se favoreció también una mayor sujeción legal de la esposa al marido, y de los hijos a sus padres.

Por si fuera poco, además de personificar el desorden, la mujer solía aparecer representada como epítome de la violencia y el caos. En la obra de Brueghel Dulle Griet de 1562 destaca por ejemplo una aguerrida Mad Meg liderando a un ejército de mujeres que se dispone a conquistar el infierno. En sus filas luchan incluso santas como Margarita de Antioquía, quien aparece montada a lomos de un monstruo varón mientras se afana por atar con cuerdas al Diablo. Se trata de una obra controvertida, pues es difícil saber si denuncia esta situación o, por el contrario, la ensalza.
Esta imagen de la «mujer rebelde» fue bastante frecuente en la literatura, las fiestas populares y el devenir cotidiano. Desde luego, estaba al alcance de la gente que iba al teatro o se permitía poder adquirir libros. Pero entre las clases bajas también se dejaba ver a través de relatos, poemas, proverbios o breves pliegos impresos.
Mas ¿cuál era el papel de estas Mad Megs que se vestían o adoptaban comportamientos masculinos, también conocidas por otros nombres como St. Cudgelman o Doctor Siemann? Si en la actualidad tuviéramos que encontrar una palabra para definir a esta figura, seguramente pensaríamos automáticamente en las bien conocidas «machorra» o tomboy. Nosotras preferimos los matices de «virago», que además era la que se usaba en la época. Para el DRAE es simplemente la «mujer varonil», pero para nuestra entrada quizá resulta más completa la que sigue: Mujer fuerte, valiente o aguerrida; aquella que demuestra cualidades ejemplares y heroicas.
La historiadora Natalie Z. Davis cree que aunque estos actos de travestismo literario y festivo no llegaban a cuestionar el orden social, tampoco actuaron siempre para mantener a las mujeres en su sitio. Para ella se trata de una figura polivalente. Por un lado, la imagen de la «mujer rebelde» pudo servir para ampliar las opciones del comportamiento de las mujeres dentro y fuera del matrimonio. Durante el periodo moderno podemos encontrar esta figura bajo tres formas diferenciadas:
1) Las guerreras virtuosas, quienes pese a sus maneras y ropajes varoniles, tienen un matiz positivo y benigno. Estas apoyan una causa percibida como legítima y en sus historias suelen hasta personificar el orden mismo. Así, en obras como La Amazona francesa de Mademoiselle d’Héritier de 1718 (quien se basa en un viejo cuento popular), la heroína lucha en el campo de batalla para mantener el honor de su padre sustituyendo a su hermano gemelo en la guerra, quien no es tan inteligente ni diestro con las armas. Ella, junto a la Britomart de Spencer o la Clorinda de Tasso, pertenece a esa línea de nobles mujeres guerreras, virtuosas, generosas, bravas y castas.

2) En segundo lugar tenemos a las celebradas mujeres dominantas que gritan, mangonean y hasta en ocasiones pegan, encierran al marido o le ponen los cuernos por cada rincón. Se trata de personajes extremadamente populares en la literatura: divertidas, amorales, y que gracias a su astucia salen ganando la mayoría de las veces. No obstante, este tipo de historias se caracterizan por tener casi siempre una especie de moraleja: los maridos no deben traspasar la ley hasta llegar a la tiranía, viéndose así obligada la esposa a establecer un límite al poder del marido dentro del matrimonio.

3) Por último tenemos un tercer tipo, que son las que cuestionan claramente el orden social. Estas mujeres desenmascaran la verdad y se hacen directamente con el poder en situaciones extremas donde se considera que los hombres así lo merecen por su cobardía o incapacidad. Este podría ser el caso de la Mad Meg de Brueghel, el muy carnavalesco personaje de la Mujer Locura en Erasmo o las enormes mujeres del grabado de Erhard Schön, quienes reparten gorros de bufón entre los hombres.

Sobre esta inversión sexual hay que apuntar que, mientras los casos de mujeres varoniles son más frecuentes en la obra literaria o pictórica, el fenómeno pudo ser más frecuente durante las festividades en el caso de los hombres, quienes solían disfrazarse de grotescas mujeres de comportamiento extravagante (Damas Locas) o incluso formar las muy curiosas Abadías del Desgobierno. En otra entrada hablamos ya de La Candelaria y otras festividades de raíz pagana donde era frecuente la presencia de osos u otras bestias. Tanto el personaje del oso lascivo como las muchachas a las que perseguía solían ser varones disfrazados bajo el nombre genérico de Rosetta.
Sin embargo, esta asimetría tan marcada en la inversión sexual pudo no haber existido siglos atrás. Todavía en los siglos XVI-XVIII quedaban algunas fiestas como Navidad o los Carnavales donde todas las mujeres se vestían de hombre, y viceversa, bajo la libertad flexible aunque temporal que permitía la inversión festiva. No obstante, era Mayo el mes que permitía un mayor rol bullanguero en las mujeres. No en vano, durante el mes de Flora en los tiempos romanos, se creía que las mujeres se volvían más fuertes y sus deseos más inmoderados: tanto es así, que una novia casada en este mes mantendría a su marido sujeto todo el año. Durante este periodo las mujeres pudieron haber formado diversas «bandas» para propósitos tales como vengarse de sus maridos por haberlas pegado (tirándoles al agua o haciéndoles montar en burro); bailar, saltar o celebrar festines libremente sin permiso de sus maridos; o formar Cortes de mujeres que proclamaban decretos burlescos, incluyendo cencerradas públicas dirigidas contra el hombre que hubiera golpeado a su esposa.

Por último, para Davis la «mujer rebelde» también se revela como una figura utilizada en muchos casos para sancionar el motín y la desobediencia política de hombres y mujeres en una sociedad que tan escasos medios de protesta concedía a las clases bajas. En su manifestación festiva la «mujer rebelde» supuso una expresión más libre, aunque temporal, de dar salida a los conflictos de autoridad dentro del sistema, que en el fondo no se cuestionaba frontalmente. No obstante, la inversión sexual también se dio durante el resto del año y bajo circunstancias más serias. Las mujeres normales, pese a que no podían pronunciarse sobre la ley y la doctrina (a no ser que fueran reinas, tuvieran una instrucción excepcional o cayeran en un trance de éxtasis místico), también podían ser rebeldes en público.
De hecho, las mujeres eran actrices centrales en los motines de subsistencia que se daban tanto en pueblos como en ciudades: insultaban a sacerdotes y pastores, y participaban activamente en las revueltas contra los impuestos y otros disturbios rurales como los cercamientos de tierras comunales. Muchas veces ellas mismas encabezaban estas acciones ostentando sus derechos como súbditas y madres a pronunciarse en voz alta, aprovechando a su favor un paternalismo jurídico que en general las consideraba «imbéciles» y no responsables de sus actos. De ahí que muchos maridos prefirieran mantenerse al margen y dejarlas participar solas en las algaradas. Por la misma razón, para los hombres convertirse en Dama Loca también podía valer para ocultar una conducta desobediente o transgresora, embetunando sus caras y vistiendo ropas de mujer.
Si te ha gustado el artículo y te apetece compartirlo, ¡no olvides citarnos! Puedes hacerlo así: RODRÍGUEZ ALCAIDE, Iris, “Viragos virtuosas y féminas desordenadas. La imagen de la «mujer rebelde» en la Europa moderna.” en El coloquio de los perros (blog). Publicación: 25/11/2016. Consulta: [insertar fecha]
- Bibliografía y enlaces:
—DAVIS, Natalie Z. (1990): «Un mundo al revés. Las mujeres en el poder (pp. 59-92),» en AMELANG, James S. y NASH, Mary (eds.), Historia y Género. Las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea. Valencia: Edicions Alfons el Magnànim.
—FEDERICI, Silvia (2004): Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Editorial Traficantes de Sueños.
—THOMPSON, Edward Palmer (1995): «La economía moral de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII (pp. 213-293),» en Costumbres en común. Barcelona: Crítica.
- «Dulle Griet: The Many Faces of Mad Meg», en The Witch, the Weird and the Wonderful (blog). Publicación: 13/04/2015. Consulta: 20/11/2016.
- «The Curious History of Phyllis on Aristotle», en Daryn Heiton. Historian of Science (blog). Publicación: 19/02/2016. Consulta: 20/11/2016.
- «Power of Women», en Wikipedia (web). Consulta: 19/11/2016.

¡Buenísimo trabajo sobre las mujeres que salieron fuera de los modelos de género en la edad moderna! ¡Enhorabuena!
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Muchas gracias por leernos. 😀
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